lunes, 4 de febrero de 2013

'Más orgullo que don Rodrigo en la horca'



El pliego de cordel que comento en esta entrada se refiere a don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, conde de La Oliva de Plasencia, etc., cuyo ajusticiamiento ha dado pie supuestamente a la expresión ‘Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca’, frase que no parece corresponder a la realidad, pues Rodrigo Calderón no fue ahorcado sino degollado. Sobre el citado dicho volveremos al final.

La azarosa vida de don Rodrigo se desarrolla en pleno reinado de Felipe III, en el marco de un Imperio en el que el monarca se inhibe de sus funciones de gobernante y delega sus funciones en un valido o primer ministro ambicioso que actúa por cuenta propia sosteniendo a la monarquía frente a enemigos exteriores y a la corrupción interior.

Rodrigo Calderón nació en Amberes alrededor de 1570, hijo natural del capitán de los Tercios de Flandes Francisco Calderón y de una noble alemana de origen español llamada María de Aranda. Tras la muerte de la madre, cuando contaba unos 5 años, se traslada con su padre a España, donde éste contrae nuevas nupcias, y coloca a Rodrigo como paje del Vicecanciller de Aragón. En breve pasa a formar parte como paje al servicio del duque de Lerma, primer ministro y valido de Felipe III. Poco a poco fue ganando la confianza del duque y ocupando puestos de mayor importancia, como Ayuda de cámara del rey y, posteriormente, Secretario de la misma Cámara.

Lerma presentó a su protegido a una noble extremeña, doña Inés de Vargas Carvajal, Señora de la Oliva, con quien se casó en marzo de 1601 y con la que tuvo cinco hijos. Felipe III regaló a Rodrigo por su matrimonio la Encomienda de Ocaña y el hábito de Santiago. Con gran prontitud fue adquiriendo títulos, fortuna y dignidades, así como pinturas (varias de Rubens, al que conoció en Valladolid en 1603), armas, joyas, caballos y toda clase de riquezas.

Rubens, La adoración de los magos. Museo del Prado. Anteriormente de Rodrigo Calderón

Sus delirios de grandeza y su ambición desmedida llegaron a tal punto que hasta se cuenta que en ciertos momentos renegó de su propio padre, simple capitán de los Tercios, y urdió una historia donde se proclamaba hijo del mismo duque de Alba, fruto de la relación que mantuvo en Flandes con su madre. Este intento de defender la hidalguía de su protector se recoge en la novela ‘La pícara Justina’ (Medina del Campo, 1605) atribuida a Francisco López de Úbeda, médico y amigo de Rodrigo a quien dedica el libro.


Poco a poco fue ganándose enemigos entre los nobles y entre una gran parte de la Iglesia, siendo víctima de numerosas intrigas palaciegas que trataban de indisponer a Rodrigo con la propia reina. La muerte de la reina por sobreparto en octubre de 1614 fue el detonante aprovechado por sus enemigos para acusarle de ser el causante promotor de la desgracia. El rey, no obstante, le envió en misión diplomática a Flandes para alejarle de la Corte y le concedió el título de marqués de Siete Iglesias.

Las intrigas para apartarle del favor del rey fueron acrecentándose por el duque de Uceda, hijo de su mentor el duque de Lerma, y sobre todo por el conde-duque de Olivares, junto a la complicidad de los religiosos confesores del rey.

El que fuese valido de Felipe III y protector de Rodrigo, el duque de Lerma, ya viudo y sospechando lo que se avecinaba decide abrazar la carrera eclesiástica y, por intercesión real, el Papa le nombra cardenal de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, dignidad ésta que le otorgaba el privilegio de la inmunidad. Alejado de la corte (1618), Lerma permanecerá intocable por ser un príncipe de la Iglesia, habiéndose llevado las riquezas amasadas y expoliadas al Erario Público. Fallecería en 1623, aunque no pudo sustraerse a la sátira que le dedicó el conde de Villamediana:

  Para no morir ahorcado
  el mayor ladrón de España,
  se vistió de colorado.

Al retirarse Lerma de la vida pública, dejando desprotegido a quien fue su hombre de confianza, Rodrigo  se instala en Valladolid, pudiendo haberse salvado de su inmediata detención si hubiese hecho caso a los vaticinios de una monja del monasterio de Porta Coeli (convento del que fue gran protector), en el sentido de que era mejor que se mantuviese quieto y esperase la sentencia de la justicia.

Su vertiginoso declive político y personal comienza en febrero de 1619 con su encarcelamiento en el castillo de la Mota, en Medina del Campo y posteriormente en Montánchez (Cáceres), luego en Santorcaz (Madrid) y finalmente en la capital madrileña. Los motivos de su encarcelamiento pasan por las acusaciones de prácticas de hechicería, de su complicidad en la muerte de enemigos y por las sospechas sobre el envenenamiento que acabó con la vida de la propia reina Margarita de Austria.

La clemencia y el perdón real que anhelaba por parte del monarca Felipe III nunca llegó, pues el monarca falleció en marzo de ese mismo año, lo que parece ser que hizo exclamar a Rodrigo: ‘el rey es muerto, yo soy muerto también’.

A los pocos meses de subir al trono Felipe IV, Rodrigo no pudo librarse de su dramático final y fue  degollado en la Plaza Mayor de Madrid el veintiuno de octubre de 1621.




















A raíz del proceso y de la muerte del que fuera poderoso e influyente marqués, su vida fue despertando paulatinamente una creciente admiración, transformando su mala imagen y convirtiendo a su figura en una especie de víctima, acrecentando así una simpatía y un aprecio del que no gozó en vida.


Años después de su muerte, las monjas de Porta Coeli en Valladolid, convento del que fue patrón don Rodrigo, pidieron el traslado del cuerpo, y allí se conserva momificado e incorrupto, como puede verlo quien tenga interés a través del siguiente enlace:

http://vallisoletvm.blogspot.com.es/2010/04/la-momia-de-don-rodrigo-calderon.html

Estatua orante de don Rodrigo Calderón


Literatura

En vida de Rodrigo Calderón circularon numerosísimas sátiras políticas e invectivas contra él y contra su mentor el duque de Lerma, como las dedicadas por el conde de Villamediana, donde en una de sus sátiras expresa su indignación ante el éxito social de alguien que salió de la nada y alcanzó altas cimas de poder.

                Que venga hoy un triste paje
                a alcanzar la señoría
                y a tener más en un día
                que en mil años su linaje,
                bien será señor se ataje;
                que es grandísima insolencia
                que venga a ser excelencia
                un bergante, ¡gran locura!,
                si su majestad lo apura,
                tendrás, Calderón, pendencia.

Las críticas de sus coetáneos le tachan de un individuo sin escrúpulos y capaz de todo para conservar sus privilegios y cargos.

El tono general de los siete romances incluidos en este pliego, editado en Barcelona por los herederos de la viuda Pla sin que figure el año, tiende a despertar la compasión por el ejecutado, sin detenerse a juzgar los actos que hizo en vida, salvo el reconocimiento de Rodrigo en el segundo romance sobre su responsabilidad en numerosos crímenes, pero negando su culpabilidad en la muerte de la reina. Se aprecia una trasmutación de compasión en alivio ante el desenlace feliz por la muerte como camino de salvación para alcanzar la verdadera felicidad, muy a tono con la mentalidad barroca. Los pliegos que se conservan sobre Rodrigo Calderón tratan su figura con benignidad, a medida en que su castigo se iba prolongando y endureciendo. Los romances que se le dedicaron son clara copia de los dedicados en su día a don Álvaro de Luna, valido de Juan II de Castilla, decapitado en Valladolid en 1453.

Observando en conjunto, tanto en estos como en otras composiciones sobre la muerte de Calderón, apreciamos la focalización en la gran devoción mostrada por don Rodrigo y la valentía y serenidad a la que se enfrenta y su estoicismo ante la desgracia, que contrasta con las invectivas en las que se vio envuelto en su vida pública.

La vida y muerte de Rodrigo Calderón inspiró sendas obras teatrales en el siglo XIX, en clave de dramas históricos tan del gusto romántico, como Don Rodrigo Calderón o la caída de un ministro (1841) de Ramón de Navarrete y Landa o Un hombre de Estado (1851) de Adelardo López de Ayala. El interés por su biografía alcanza fechas recientes del siglo XX y aún del XXI, como protagonista de sendas novelas históricas Don Rodrigo Calderón: entre el poder y la tragedia (1997) de Federico Carrascal, con una cierta condescendencia a su figura como víctima de las circunstancias que le tocó vivir o Del sitial al cadalso: crónica de un crimen de estado en la España de Felipe IV (2003) de Manuel Vargas-Zúñiga, donde Rodrigo aparece como víctima de una conspiración dirigida y protagonizada por Olivares. Muy reciente es también Rodrigo Calderón. La sombra del valido (2009) de Santiago Martínez Hernández.

Resumen

Si hacemos un balance desde una perspectiva actual sobre Rodrigo Calderón la apreciación general sobre su figura es la de que fue en gran medida una víctima propiciatoria que sirvió para calmar las tensiones sociales de su época y la desastrosa situación económica. Un juicio actual sobre su figura rebasa lo puramente histórico y anecdótico, siendo necesario abrir el campo de investigación hacia otros aspectos de índole psicológica, sociológica, etc., aparte de los puramente literarios.

La expresión ‘Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca’

El escritor navarro José María Iribarren, en El porqué de los dichos (1955), obra de la que manejo una 5ª edición, Gobierno de Navarra, 1993, comenta a propósito de esta expresión que alude a la serenidad y a la entereza de la que dio muestras en el patíbulo Rodrigo Calderón, que anteriormente ya existía en castellano el refrán ‘Tiene más fantasía que Rodrigo en la horca’, según da noticia el erudito Julio Monreal. Pudiera ser que dada la coincidencia entre el antiguo refrán y lo acontecido con don Rodrigo Calderón tiempo después, se asociara con este personaje. Iribarren también se decanta por esta explicación al comentar que Rodrigo no murió en la horca, sino degollado. Sea como fuese, la frase ha hecho fortuna y se asocia a la altivez que mostró en el cadalso el Marqués de Siete Iglesias.

Antonio Lorenzo

martes, 29 de enero de 2013

Quevedo y el cabildo de los gatos


No son muchos los pliegos de cordel que contienen composiciones de autores consagrados. En esta entrada damos a conocer un rarísimo pliego suelto cuyo autor es nada más y nada menos que don Francisco de Quevedo. Y resulta raro no solo por lo avanzado de su impresión en el primer cuarto del siglo XIX (1822), aun habiendo sido compuesto casi 200 años antes,  sino también por la temática que contiene y porque no hemos encontrado en nuestras pesquisas otras ediciones de este pliego.

Sabido es que los pliegos de cordel eran degustados por todo tipo de público, tanto por el ‘vulgo’ como por los ilustrados. La llamada literatura de cordel es un género fronterizo y semipopular que participa y se entremezcla con los otros géneros conocidos. Aún está por completar con nuevos datos una ‘sociología de la literatura’ que tenga en cuenta las preferencias y los ‘gustos’ del pueblo y el público a quien supuestamente van dirigidas estas composiciones y los ‘valores’ ideológicos, morales o de todo tipo que subyacen en ellos dejando aparte la ‘valoración estética’ y subjetiva de esta literatura.

Lope de Vega, junto a otros dramaturgos, se quejaba de que sus obras fuesen pasto del pueblo y enmendadas y alteradas sin citar su procedencia. En un Memorial dirigido al rey, sacado a la luz y estudiado magistralmente por Mª Cruz García de Enterría (del que se conserva ejemplar custodiado en el British Museum de Londres, sig. 1322.1.3), Lope arremete con dureza contra los mercaderes de relaciones, coplas y versos que atentan contra la moral y las buenas costumbres, aunque tampoco hay que olvidar que el mismo Lope fue durante un tiempo una especie de censor moral al servicio del poder establecido.

Si bien es cierto que algunas composiciones de Quevedo, Góngora o el propio Lope figuraron en pliegos, estos no son muy abundantes. En el caso que nos ocupa de Quevedo sabemos que circuló como pliego suelto una celebérrima jácara que fue inspiradora de un largo recorrido.

‘Carta de Escarramán a la Méndez: ya está guardado en la trena…’. Aquí se contiene la adversa fortuna del valiente Escarramán, natural de Sevilla, al cual prendieron por muchos delitos que cometió… Compuesto por don Francisco de Quevedo. Impreso en Barcelona. Año 1613.



Las jácaras pertenecen a los llamados géneros menores cuyo origen estructura lenguaje y su relación con la música y el teatro aún suscitan discusiones entre los estudiosos. Se trata de composiciones que desarrollan una narración lineal de sucesos relacionados con el hampa, la marginación, la prostitución y la delincuencia. Esta especie de subgénero poético, aunque métricamente es similar al romance, se solía representar en los corrales de comedias o bien en los entreactos o al final de la representación como breves piezas  de marcado carácter burlesco y jocoso a modo de sátira social.

También conocemos un pliego, fechado en 1677, con unas ‘Sátiras graciosas de don Francisco de Quevedo’ donde se recoge su tantas veces repetida composición ‘Poderoso caballero es don Dinero’, donde refleja con su agudeza acostumbrada y su humor desencantado la angustia económica en los tiempos de Felipe IV.

Pero vayamos al pliego que nos ocupa:
Relación nueva burlesca, de don Francisco de Quevedo, que declara un Cabildo que celebraron los Gatos en el ala de un tejado, sobre el modo cómo habian de vivir, y lo que á cada uno le pasaba con su amo’. Valencia, imprenta de Laborda, 1822.


  
Parece ser que este romance fue compuesto por Quevedo alrededor de 1627 y aparece en sus obras bajo el título de ‘Consultación de los gatos, en cuya figura también se castigan costumbres y aruños’. Es de destacar en el pliego la advertencia de que se trata de una ‘relación nueva’ para dar sensación de actualidad, aunque fuera escrita doscientos años antes, recurso muy usado en la poética de la literatura de caña y cordel.



En el romance se nos narra cómo en el tejado de Aminta se reúnen en ‘consultación’ o ‘cabildo’ gran cantidad de gatos. La disposición escénica sitúa a los gatos según su edad y condición: en los caballetes, los más viejos y canos; los negros a mano izquierda y a la derecha los blancos. Cada uno de ellos se lamenta de lo ladrones que son sus amos y lo mal que les tratan.

Quevedo nos presenta en el romance a un total de once gatos con desigual participación en sus comentarios. La relación de los diferentes amos discurre fundamentalmente por un letrado, un mercader, un rico avariento, un pastelero, un boticario y un alguacil. El romance concluye con la aparición de un perro alano que, atraído por el olor, desbarata rápidamente la ‘junta’ gatuna, huyendo todos espantados y lamentándose de su precaria condición.


Mediante la utilización de la hipérbole y el equívoco como recurso de gracia y humor la idea que subyace en todo el romance es que el robar de los gatos lo han aprendido de las prácticas y el afán lucrativo de sus amos y por extensión de los humanos. Todo ello se articula en una especie de poema dialogado que lo entronca vagamente con las representaciones teatrales de tanto éxito en el Siglo de Oro y que recuerda a los entremeses y a las imitaciones burlescas de las parodias.

El éxito de este romance fue tan grande que hasta su amigo Lope de Vega retomó la temática gatuna en su Gatomaquia, donde urde una curiosa trama de amor y celos y donde el mundo gatuno es también el protagonista.

Antonio Lorenzo


martes, 15 de enero de 2013

Cautivos y renegados




Dentro de la selva temática de los pliegos de cordel cobran un lugar destacado los relativos a los cautivos y renegados, de amplísima trayectoria literaria, que se han venido cultivando hasta los albores del siglo XX.

Esta materia ha dado numerosos frutos tanto en los pliegos como también en la novelística y en la dramaturgia. De una forma u otra la temática de cautivos fue tratada por Cervantes (cautivo él mismo en Argel durante cinco años, apresado cuando regresaba a España después de sobrevivir a la batalla de Lepanto en 1571), así como Lope, Góngora, Calderón, junto a otros muchos autores menos conocidos.

Con el término peyorativo de renegado, en relación a lo que nos ocupa, se alude a aquellos que abjuran (reniegan) de su fe y pasan a formar parte de otra religión o creencias. En general se aplica a aquellos cristianos que adoptan las creencias o doctrinas del Islam, ya sea por conveniencia para ganarse un mejor trato o por otras razones. Se trata en suma de una apostasía, conocida de antiguo con diferentes nombres dependiendo de la época histórica: muladíes (hispanos convertidos al Islam), los tornadizos (en sentido contrario), por no hablar de los conversos o marranos (judíos falsamente convertidos al cristianismo  pero que seguían practicando su religión a escondidas), los moriscos, etc.

Es durante el transcurso del siglo XVI, fundamentalmente bajo el reinado de Felipe II, cuando esta temática literaria alcanza su mayor difusión aunque el gusto por estas narraciones se ha mantenido con vitalidad hasta épocas muy recientes.

Este tiempo histórico, cuya estabilidad se prolonga en el tiempo, corresponde a lo que el gran historiador francés Fernand Braudel denominó como de ‘larga duración’ (longue durée), para diferenciarlo de un tiempo de corta duración o de acontecimientos en su clásico estudio ‘La Méditerranée et le Monde Méditerranéen a l'époque de Philippe II’ (El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II) y a su continuidad a través de la escuela de Annales.

El mar Mediterráneo fue el escenario donde se desarrolló el enfrentamiento entre dos concepciones religiosas y culturales muy diferentes. Es durante el siglo XVI cuando toman un especial protagonismo los corsarios, los cautivos y los renegados. Los primeros se dedicaban al corso, esto es, a atacar y saquear barcos mercantes enemigos y poblaciones merced a la ‘patente de corso’ o permiso otorgado por un monarca, alcalde o autoridad competente a cambio de obtener parte del botín frente al adversario. En cierto modo era un medio de disponer de una armada alternativa y rentable. El corsario, pues, vendría a ser una especie de pirata con consentimiento y aprobación, puesto que contaba con una legitimidad de la que los simples piratas carecían. Los cautivos y renegados serían el resultado y la consecuencia directa  de este enfrentamiento bélico, económico y cultural por el control y el dominio del espacio fronterizo del Mare Nostrum, ya fuera por los ‘moros de allende’ norteafricanos o por los turcos. Este espacio escénico natural o medio geográfico fue sustituido paulatinamente por el Atlántico debido al creciente interés en la mercadería proveniente de América.

Esta duradera lucha entre cristianos y musulmanes se extiende prácticamente desde el siglo XVI al XVIII dando lugar a una inseguridad y tensión permanente donde el riesgo a ser atacado estaba siempre presente, sobre todo en las zonas costeras. El miedo a resultar cautivo sobrevolaba en el imaginario social de esas gentes de frontera pues su ‘redención’ requería de una fuerte suma que la mayoría no podía pagar.

No es de extrañar el que este mundo cambiante fuese propicio para desarrollar argumentos, reales o ficticios, que alimentaron las mentes de toda la escala o estratos sociales por lo excitante para la imaginación, donde convivían harenes, abordajes, amores imposibles o descripciones de batallas entre las galeras de uno u otro bando. 





Las galeras eran unas embarcaciones casi planas que combinaban vela y remo y de las que existían muchos tipos, impulsadas por la fuerza de los remeros o, en el mejor de los casos, por las velas si el viento lo permitía. Se trataba de embarcaciones excelentes para operar por las proximidades de la costa. Iban dotadas del llamado ‘espolón de proa’, prolongación de la misma a modo de ariete de bronce o hierro por debajo de la línea de flotación para embestir a la embarcación enemiga y causarle graves daños o su hundimiento. Estas embarcaciones eran propulsadas por el Mediterráneo con la energía bruta de los llamados galeotes. Estos infortunados remeros, forzados o penitenciados, cumplían una sentencia y su valía se reducía a su potencial de trabajo en las embarcaciones. Entre estos forzados también habría que incluir a los esclavos, generalmente musulmanes o negros capturados o comprados con anterioridad.

Era difícil empeorar las condiciones de navegación de uno de estos presos. Un grillete les mantenía atados a su asiento, donde comían, dormían y evacuaban. Los desdichados que tenían que servir en las galeras reales estaban sumamente expuestos al contagio de enfermedades, encadenados en las bancas de remo, con malísima alimentación y sin la menor higiene.



Los pliegos de cordel sobre cautivos y renegados que han llegado hasta nosotros suelen tomar como fondo las guerras africanas y las constantes escaramuzas en el Mediterráneo por corsarios y piratas  donde se ponen de relieve las penalidades de los cautivos. Su tono más realista contrasta con los romances moriscos donde la figura del moro resulta claramente idealizada. Uno de los más famosos romances de cautivos en el marco de la piratería mediterránea es el tan conocido de Góngora, del que transcribo el comienzo porque ilustra muy bien ese universo.

Amarrado al duro banco
de una galera turquesca, [turca]
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado [condenado] de Dragut [pirata turco]
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
«Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias:
pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras;
porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur [Pacífico]
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua;
pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
 aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.
Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado,
a nadie matarán penas»….

Este romance expresa el sentimiento de añoranza por su patria y por su amada, al tiempo que lamenta su condición de prisionero en la galera enemiga del corsario Dragut, en la que está condenado a remar, mientras contempla las playas de Marbella de su propia patria.

Para ilustrar esta temática a través de los pliegos de cordel, donde toman presencia los clásicos argumentos de la bella mora que se enamora del cristiano cautivo y acaba convirtiéndose al cristianismo, aventuras inverosímiles de amantes separados por el cautiverio, pero llenos de fe cristiana, renegados por conveniencia pero dispuestos a abrazar la fe de Cristo, etc.

Veamos unos ejemplos.


Blas de León, cautivo en Argel. Barcelona, Hered. de Juan Jolis, s.a.



El cautivo de Gerona. Barcelona, Hered. Viuda de Pla, s.a.




Jacinto del Castillo y Leonor de la Rosa. S.l., Impr. El Abanico, s.a.


Trágicos sucesos de un enamorado en la ciudad de Pamplona. Barcelona, Impr. Hered. de Juan Jolis, s.a.

Para no alargar en demasía esta entrada publico las portadas de otros pliegos de similar temática.



Gabriela Altube. Impr. de Ramírez y Cía., s.a.

Doña Gabriela Altube

Por imposición de sus padres la prometen en matrimonio con don Juan a quien ella no quiere. El día de la boda aparece don Lope, su verdadero pretendiente. Se enfrentan ambos y don Juan da por muerto a don Lope y huye a Portugal donde se asocia con los moros africanos para ocultarse. Don Lope se recupera de las heridas y acaba casándose con Gabriela. Por un asunto de herencias viajan ambos a Roma, pero en el trayecto son apresados por una fragata argelina y conducidos a Argel donde son vendidos como esclavos a un renegado, que resulta ser el mismo don Juan. Se enfrentan de nuevo pero Gabriela en el forcejeo de ambos acaba apuñalando a don Juan. Ayudados por un moro bueno que quería convertirse al cristianismo, les conduce a la costa para que escapen y acaban embarcando en una nave española que los regresa felizmente a su patria.

El sacerdote de Valencia y Audalá. Córdoba, Impr. de Rafael García Rodríguez, s.a.

El sacerdote de Valencia y Audalá

A su regreso de Roma el nuevo sacerdote es apresado por ocho galeras argelinas y conducido a Argel junto con otros cuarenta cristianos. El sacerdote, junto con otros 12 cautivos, fue entregado a Audalá, quien confesó ser hijo de un corsario renegado pero nacido y bautizado en Toledo. Como era de corazón noble le invitó en secreto a celebrar una misa. El sacerdote se explaya con gran elocuencia explicando la simbología religiosa de las vestiduras sagradas y las oraciones y rituales de la misa. Audalá, conmovido por tan extraordinaria oratoria, decide escapar junto con 90 cautivos en una galera y se dirigen con éxito a Roma donde dan cuenta al Santo Padre de todo lo sucedido.

Otras portadas:




Dejamos para una nueva entrada unos curiosos pliegos sobre esta temática que se han venido reimprimiendo repetidamente durante varios siglos y que han logrado pervivir en el imaginario colectivo de tantas generaciones. 

Antonio Lorenzo