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domingo, 29 de septiembre de 2013

Catalina Howard, decapitada en la Torre de Londres

Retratos de las seis mujeres de Enrique VIII
Mesonero Romanos, allá por el 1830, expresaba su indignación ante la gran proliferación de traducciones de obras extranjeras (preferentemente francesas) frente a las nacionales. La moda afectó también a los efímeros pliegos de cordel. Es el caso de la famosa obra de Dumas [1834] sobre la quinta esposa de Enrique VIII que se representó en repetidas ocasiones desde su estreno en el teatro Príncipe de Madrid en 1836, traducida por Narciso de la Escosura.


Catalina Howard (1522-1542) ocupó el trono real como la quinta esposa de Enrique VIII. Era prima de primer grado de la ejecutada Ana Bolena y sobrina del duque de Norfolk. Su casamiento con el rey de Inglaterra se debió quizás a una imposición familiar. Ello se deduce de dos posibles razones: por un lado, se estima que estaba enamorada de otro hombre, el joven y apuesto Culpeper, de quien se murmuraba que era su amante. Por otro lado, solo bajo presión puede explicarse la unión con un rey que había decapitado a su prima.

El temor al método de divorcio que había aplicado el rey a su prima Ana no era infundado. Una dama de la corte había manifestado abiertamente que sólo se casaría con Enrique si ella tuviera dos cabezas: “una para conservarse viva y la otra para ser decapitada por él”. Incluso Enrique, un rey avejentado y maduro no le resultaría muy atractivo a la jovencita, cinco años menor que María, la hija de su futuro esposo. Cabría aclarar que además estaba obeso, era bebedor y padecía el mal de la gota.

Lo cierto es que el rey Enrique manifestaba estar enamoradísimo de la joven y bella pelirroja, a la que llamaba “su rosa sin espinas” y por esto la boda y la coronación de la nueva reina se efectuó casi inmediatamente tras la anulación de su anterior matrimonio. Sin embargo, esta unión que parecía satisfacer los deseos de la corona de consolidar su progenie, pronto se truncaría.

Respecto a su conducta  hay versiones contradictorias y diferentes: algunos consideran que su comportamiento fue realmente escandaloso y que mereció su triste suerte, mientras otros juzgan todo lo que se le atribuye a una elaborada calumnia del clan enemigo para desembarazarse de ella y de la influencia que pudiera tener sobre el monarca.

Como elementos probatorios de la infidelidad y el comportamiento licencioso de Catalina, se ofrecieron al rey una serie de cartas “apasionadas” escritas por la reina a uno de sus amantes. Sin embargo, la reina apenas sabía escribir su nombre, lo que parece demostrar la falsedad de estas supuestas pruebas. Es decir, que ni al mismo rey pudieron haber engañado. Pero éste las admitió, quizá para reforzar su orden de encarcelamiento de su esposa y su posterior condena, acusada de falta de castidad antes de su matrimonio y adulterio durante éste. Estos hechos resultaban posibles pero no probados.

Catalina fue decapitada en la Torre de Londres cuando apenas contaba veinte años.

Publico sendos pliegos, con distintas redacciones, donde se recoge la vida y la posterior ejecución de Catalina Howard.

El primero corresponde al editado en Barcelona y comercializado por los sucesores de Antonio Bosch, sin año, (año 1859, según el catálogo de Azaustre).

Azaustre, Mª del Carmen: 'Canciones y romances populares impresos en Barcelona en el siglo XIX' (Cuadernos bibliográficos XLV), Madrid, C.S.I.C., 1982.





Retrato de Catalina Howard
Reproduzco también el pliego editado en Barcelona por la imprenta de Llorens, sin año, (año 1850, según el catálogo de Azaustre mencionado más arriba).





El éxito de la obra de Dumas se  atestigua por el gran número de veces que se representó. 

Adjunto dos carteles anunciadores de la representación de la obra en Valencia en el año 1841 (donde confunde, por cierto, la  autoría de la obra y se la atribuye a Víctor Hugo), y otro cartel anunciador de 1845.



















Por considerarlo de interés adjunto el enlace para leer la crítica sobre el estreno de esta obra en Madrid escrita por Mariano José de Larra en 1836.




Antonio Lorenzo