lunes, 25 de septiembre de 2017

Cataluña [Trobos nuevos del año 1834]

Isabel II, junto a su madre María Cristina, durante su minoría de edad
Interesante pliego donde se reivindica de forma encendida la titularidad del trono para Isabel II, frente a la pretensión del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro de Borbón, que daría pie a las guerras carlistas entre los pretendientes a la corona. El pliego, editado en 1834, hay que contextualizarlo dentro de la Primera Guerra Carlista (1833-1840), entre los «carlistas» (españoles leales a pretendiente Carlos María Isidro) y los «isabelinos o cristinos», españoles leales a Isabel II. Hay que recordar que en 1834 Isabel II apenas contaba con tres años de edad, ejerciendo la regencia del trono su madre María Cristina de Borbón-Dos Sicilias hasta la proclamación de mayoría de edad de Isabel (declarada en 1843 cuando apenas contaba con 13 años).

El bando cristino o isabelino contó, sociológicamente hablando, con los resortes del poder administrativo: desde los altos cargos de la administración estatal hasta la burocracia provincial y municipal, la casi totalidad del ejército, de los banqueros, comerciantes y hombres de negocios. Por el contrario, el bando carlista contaba entre sus filas a los sectores populares: los campesinos, jornaleros y pequeños artesanos y comerciantes, puesto que por la nuevas medidas administrativas se veían abocados a la emigración o a la ruina, aparte de ver peligrar sus fueros.

Los historiadores ya no sostienen que fuera la cuestión dinástica la única causa de las guerras carlistas, sino que obedece a una gran protesta social y a una verdadera lucha de clases iniciada por los sectores menos favorecidos.


El bando carlista tampoco puede considerarse un movimiento ideológicamente homogéneo. Su mayor arraigo se encontraba en el norte, donde los mandos carlistas eran fieles defensores del régimen foral y lo utilizaron como argumento para atraer a las masas populares, sobre todo del País Vasco y Navarra. Si bien es un reduccionismo el considerar que todo el mundo rural era afín a los carlistas y el urbano a los liberales isabelinos.

Las principales zonas de implantación del carlismo se encontraban en el Norte de España, especialmente en el País Vasco, Navarra, la Cataluña interior y el Maestrazgo, aunque con con núcleos destacados en Valencia y en Aragón, donde el pequeño campesinado era importante.

El pliego reproducido hay que situarlo, pues, dentro del conjunto de circunstancias que dio inicio a la Primera Guerra Carlista. Aparte de su interés como documento histórico, los pliegos nos dan cuenta también de las preocupaciones de las mujeres por la escasez de mozos para contraer matrimonio, ya que estos se encontraban luchando en uno u otro bando. Esta preocupación de las mujeres se refleja muy bien en este pliego, editado en Barcelona, justamente en los inicios de la Primera Guerra Carlista. El valor sociológico de los pliegos, tan escasamente estudiado, queda patente en estos «clamores de las doncellas».

                                                  Unos se llaman carlistas
                                                  Otros se llaman cristinos
                                                  Lo cierto es que nosotras
                                                  Nos quedamos sin maridos.
                                                  Hace muchos años
                                                  que anda la guerra
                                                  nada han adelantado
                                                  Carlos ni la Reyna;
                                                  Paz, paz, españoles
                                                  Paz, paz en la España
                                                  Maridos queremos
                                                  que es lo que nos falta.


En el trobo VII se menciona a Llauder. Se trata de Manuel Llauder y Camín (1789-1851), fiel a la causa de Isabel II tras la muerte de Fernando VII. Rechazó a las tropas carlistas en Barcelona y ocupó la capitanía general de Cataluña entre 1832 y 1835, en los inicios de la Primera Guerra Carlista.





©Antonio Lorenzo

martes, 19 de septiembre de 2017

1560 zapatazos a culo-pelado (aviso a engañados y coquetas)


Curioso pliego donde se entremezcla la descripción de los hechos por un narrador con el diálogo, lo que lo relaciona con la teatralización propia de los sainetes o entremeses. No en vano, en los teatros triunfaban obras como Abre el ojo, o sea el aviso a los solteros, comedia en tres actos de Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648), refundida muy posteriormente por D. F. E. Castrillón (Félix Enciso Castrillón), y representada en Madrid en 1814 o Aviso a las coquetas, comedia en un acto de Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873).

El pliego desarrolla la venganza de los seis pretendientes engañados por madre e hija de una curiosa manera: azotando en el culo a la coqueta por dos feas 'manolas" por encargo de don Lucas, un militar subalterno. La detallada ilustración que acompaña da perfecta cuenta de la venganza: los seis pretendientes en semicírculo con vela encendida en la mano; doña Prudencia, madre de la coqueta junto a la tía Remedio, con las manos atadas y pañuelo en la boca, y Carmen, la coqueta, puesta en "culo pajarero", recibiendo zapatazo y tente tieso, dejándola el culo como un tomate.

El pliego fue editado en Barcelona por la imprenta de J. Tauló en 1857 para la Casa de Juan Llorens. 





©Antonio Lorenzo

martes, 12 de septiembre de 2017

Chasco de dos señoritas a un acaudalado caballero americano

 Grabado de Brueghel el Viejo - "Siempre hay un camino
 hacia el dinero de un hombre rico"
Dentro del amplio espectro de temas que recoge la literatura popular impresa, son abundantes los pliegos que recogen burlas, chanzas o chascos a determinados personajes, como el que reproduzco a continuación

En este caso, las dos mujeres que participan en el engaño a este acaudalado caballero que viene de La Habana y está dispuesto a casarse con una dama de su condición, parecen alejarse a primera vista del prototipo de una mujer sumisa y entregada.

El pliego trata del clásico «indiano» que es la denominación coloquial del emigrante español a América y que regresa rico y con notable fortuna a la vuelta a su lugar de origen. El tópico nos presenta a este personaje como pretencioso y haciendo gala de su fortuna construyendo casas o palacetes e incorporando algunos elementos coloniales como signos de su paso por tierras americanas.

El impreso desarrolla las argucias de dos señoritas para quedarse con el dinero de tan extrafalario personaje. Si en un principio parece dar la impresión de que las señoritas asumen un papel transgresor y resolutivo respecto al papel otorgado a la mujer en la mayoría de los pliegos, un detenido análisis alimenta la visión de una mujer sobre la que hay que desconfiar por sus facultades de engañadoras y manipuladoras y por su avaricia por "cazar" a los hombres, lo que viene a reforzar el tópico de los "valores morales" característicos de la mujer en estos impresos.

El tema del papel de la mujer en la llamada cultura popular no está en absoluto definido, pues se pueden entresacar ejemplos de todo tipo e incluso contradictorios (hablo especialmente de los pliegos de cordel), ya sea de la visión de una mujer sumisa o bien de una mujer fuerte y transgresora de los valores convencionales. Creo que tan sugerente tema no permite sacar conclusiones definitivas (pues hay ejemplos para todas las hipótesis, aunque su mayoría otorgan a la mujer un papel ciertamente secundario respecto al varón). De hecho, los ejemplos de mujeres fuertes y resolutivas (vid. las entradas dedicadas en este mismo blog a algunas de las «mujeres vengadoras») no dejan de ser excepciones sobre la visión de la mujer en los impresos populares.

El general,  la visión y el papel de sumisión con el que suele presentarse a la mujer en estos impresos, cae dentro de un marco moral institucionalizado. Pero junto a esa visión también hay ejemplos de "mujeres fuertes" (masculinizadas y activas) que parecen enfrentarse a esa moral tradicional y abren la puerta a un cierto erotismo, entremezclado con humor y rebeldía, como consecuencia de su marginada situación.

En general, el papel de la mujer en la literatura popular impresa creo que, más que suponer una crítica al orden convencional establecido, viene a reforzarlo por contraposición e inversión de roles y se alinea, a la inversa, reforzando el discurso dominante. Desde este punto de vista, la aparente transgresión puede considerarse como un acertado recurso literario para validar y consolidar, si bien a la contra, los valores hegemónicos.

Obviamente, el tema da para mucho y no es este el lugar adecuado para desarrollarlo, sino tan solo un espacio para apuntar estas ideas y la complejidad de los distintos niveles de aproximación y los discursos múltiples que sugieren.

El pliego que reproduzco está editado en Madrid, por Marés y Compañía, en el año 1873.





©Antonio Lorenzo

martes, 5 de septiembre de 2017

Carta amorosa que escribió el memorialista


Aunque la carta ya no cumpla la función comunicativa de antaño, sí la tuvo ¡y mucho! en épocas pasadas. La carta representa una de las prácticas de escritura de mayor tradición y estabilidad como expresión de la comunicación escrita entre personas de toda clase de condición social.

Un antiguo oficio, ya desaparecido, era el de los antiguos amanuenses o los más modernos «memorialistas». Durante la Edad Media, en los monasterios, los amanuenses eran los encargados de hacer copias de los manuscritos más valiosos. El oficio de memorialista o escribiente nació y se desarrolló en la calle y en las plazas. Su labor era la de servir de puente entre quien solicitaba sus servicios y su receptor. En las grandes ciudades solían establecerse en pequeñas casetas cerca de los mercados o de las oficinas de correos para recibir y redactar los encargos que les solicitaban.

Antiguas casetas numeradas de memorialistas
Los memorialistas no solo redactaban cartas o notificaciones al dictado, sino que también leían las cartas de los familiares a aquellos que carecían de instrucción. Es por ello que los memorialistas eran receptores de mentiras piadosas y de secretos inconfesables. El memorialista podía escribir sobre diferentes temas: ya fueran de cuestiones familiares, dando noticia de nacimientos, muertes inesperadas, herencias o amores desdichados, correspondidos o imposibles, por lo que necesitaba disponer de buenas aptitudes psicológicas, facilidad y talento para escribir dramatizando o suavizando los encargos recibidos.

Cabinas numeradas de memorialistas aguardando clientes

Pío Baroja recuerda la figura del memorialista dejando escrito en sus memorias Desde la última vuelta del camino, publicadas primero en entregas semanales y reunidas posteriormente en sendos volúmenes:
«En mi tiempo de chico en Madrid daba sus últimas bocanadas el oficio de memorialista. El memorialista era el escribiente del pueblo ínfimo, el secretario particular de criadas, nodrizas, pinches, cigarreras. Yo recuerdo uno de la calle de la Luna, en un tugurio oscuro, con un cartel blanco escrito con letras negras, y dos o tres en portales estrechos de las proximidades del Rastro, que hace sesenta años, por su confusión, por su abigarramiento y su chulería desgarrada, era cosa seria y pintoresca. En Barcelona, había también memorialistas en el centro de la ciudad, en la Rambla, al lado de una antigua casa barroca llamada de la Virreina».
En la célebre obra colectiva y costumbrista Los españoles pintados por sí mismos, publicada por primera vez en Madrid en dos tomos durante 1843 y 1844, se recoge la figura del «escribiente memorialista» redactada por Antonio García Gutiérrez.


El memorialista es uno de los oficios populares que también aparece en obras de teatro breve, como en esta comedia de gracioso en dos actos, de Luis Coloma o en el juguete cómico-lírico de Enrique Muñoz y con música de Alejandro García.


Añado un curioso cartel anunciando la representación de la obra de Olona en los teatros Principal y Princesa, de Valencia el 8 de noviembre de 1864, conviviendo con el concertista ciego de bandurria don Juan Vailati «El Paganini de la bandurria», que amenizará, tras el acto primero, con una fantasía de la ópera «Norma». Terminada la comedia, el mismo músico ejecutará en la "guitarra de una sola cuerda", ¡¡El Carnaval de Venecia!!, a lo que seguirá un baile y otras piezas musicales.



Otra obrita de cierto éxito, de un desconocido D.M.P. de título El memorialista o lo que vale un buen hombre, en un acto y en verso, añade que se trata de una pieza bilingüe. El dato tiene interés, pues las divisiones lingüísticas se dibujan con cierta precisión: los personajes hablan en catalán entre ellos y cambian al español cuando el interlocutor no domina el idioma catalán, lo que en principio parece un signo de cortesía, pero que en mi opinión habría que tener en cuenta, además, el hecho de que la utilización del bilingüismo o hibridación es un signo de buena convivencia, aunque también como recurso comercial añadido para lograr una mayor venta entre un amplio sector de público.

Discrepo de quienes consideran que, desde la Guerra de Sucesión (1700-1714) y la obligatoriedad  en 1768 de la enseñanza del español en las escuelas, los autores que utilizan el procedimiento del bilingüismo o doble lectura en sus obras lo hacían con el propósito de reivindicar la lengua catalana y oponerse al uso obligatorio del castellano.

La pieza está editada en Barcelona por Juan Llorens en 1852, siendo cinco los personajes que intervienen en ella: Gregori (el memorialista), doña Clara, don Eugenio, Pauleta (la sirvienta) y Jepet.


También aparece el memorialista entre los personajes de la llamada «tonadilla escénica», que alcanzó su máximo esplendor en la segunda mitad del siglo XVIII, interpretadas en un principio en los intermedios de las representaciones teatrales. Dichos personajes, de condición humilde o de profesiones modestas, conviven  al mismo tiempo con petimetres, usías, letrados u otras personas de distinción y autoridad. También son frecuentes la presencia de majos y abates, como afirmación popular y respuesta y señal de protesta ante las modas extranjeras. Por citar tan solo un ejemplo, Luis Misón (ca. 1720-1776) utiliza el personaje en su tonadilla a 3: del memorialista, un sargento y una dama (1763).

El pliego está editado en Barcelona, sin año, por la conocida imprenta «El abanico».





©Antonio Lorenzo